sábado, 9 de diciembre de 2006

El muñeco de nieve.

Érase que se era un muñeco muy blanco, era un muñeco de nieve, era un muñeco muy guapo. Trabajaba en su taller. Cosía gorros y lazos, a veces incluso también, cosía pantalones largos El día de Navidad, marchó al supermercado a comprar telas e hilos para hacer un bonito brocado. Recogía entre los estantes los materiales ansiados, cuando de pronto un hombre se desesperó a su lado Aquel hombre de barba, vestido de rojo y de pelo cano tenía su pantalón completamente destrozado. Nuestro muñeco de nieve se le ofreció a arreglarlo pero sin estar en su habitación le era imposible lograrlo. El muñeco y el señor que tenía calcetines blancos, se acercaron entre si y salieron muy pegados. ¿Era aquel Papa Noel, un Papa Noel despistado? Lo era el muñeco también, pues salió sin pagar lo comprado. Los hilos y el cinturón que en el estante había encontrado, viajaban en su zurrón sin que él se hubiese percatado.

El paquetito de regalo.


Érase que se era un paquete de regalo. No era un paquete corriente, era un paquete empachado. Rezaba en su etiqueta que era un paquete para gatos y alguien sin ninguna prudencia le metió un objeto muy raro. Una flauta travesera, había en su interior. una flauta de madera que pesaba un montón. El pobre paquetito comenzó a sentir escozor Era la flauta de madera un objeto superior. El vientre del paquetito sentía mucho dolor, causado por la madera alojada en su interior. -¡Esto es espantoso!- -exclamó el paquete empachado. -O me tomo una manzanilla, o vomito en cualquier lado. Ni un poco de manzanilla pudo el paquete encontrar y no le parecía adecuado ponerse a vomitar. Por eso cuando de lado estaba el jefe del local, sacó del estómago la flauta y la cambió por un dedal. Quedó encantado el paquetito y sinceramente sonrió cuando se le acercó un gatito y sin dudar lo compró. Ahora está en la sala sentado junto al gato y sonríe satisfecho como todo buen regalo.

El muñeco de chocolate.


Érase que se era un muñeco de chocolate sentado en el supermercado al lado del Colgate. Era este muñeco un muñeco glotón y siempre devoraba lo que había alrededor Si las bolsas de patatas llegaban hasta su lado en un minuto y medio las había devorado Lo mismo con las galletas con las pastas y el turrón. Este muñeco pequeño estaba hecho un gordinflón. Un día su mamá muy seriamente le advirtió. -¡No comas más porquerías que van a darte dolor! Pero el muñeco desobediente ni siquiera la escuchó y cuando un dependiente a su estante acercó unas latas de conservas sin dudar se las zampó. -¡Que dolor pasó esa noche! ¡Su estómago cuanto sufrió! Su madre ya le había advertido y toda la noche se lo recordó. A la mañana siguiente que era día de Navidad, su madre para escarmentarlo lo mandó a viajar. -¡Te vas a casa de la tía! Allí aprenderás a no comer noche y día, a no devorar más. El pobre muñequito a esa casá marchó y aunque estaba castigado estupendamente lo pasó. Había mucho ambiente en aquella habitación en la que inmediatamente su tía cuando llegó lo colgó. Aunque no podía seguir siendo glotón allí se divertiría y jugaría un montón.

El Bastoncito rallado.

Érase que se era un bastoncito rayado con abrigo de lana con un cocodrilo bordado. Fue el día de Navidad vigilando el supermercado cuando una sombra vio huyendo con un cargamento robado El bastoncito se afanó por identificar al fugado pero por más vueltas que le dio no lo dio por identificado. Siguiendo la pista llegó a un cuarto bien amueblado el abrigo se sacó en la pared se colgó y se hizo el despistado. A un lado y al otro miró a todos fue investigando pues en aquella habitación se hallaba lo que estaba buscando. Pero bien se camufló el ladrón del supermercado pues el bastón miró y miró y no consiguió encontrarlo. Quizás sea una bota roja, amarilla, azul o verde o ese gato extraño que se halla ahí enfrente El bastón no descasaba continuaba investigando y en la pared de la habitación permanece vigilando.

Un Papa Noel despistado.


Érase que se era un Noel despistado que también era Papá y que repartía regalos Llegada la Navidad observó horrorizado que era hora de repartir y tenía el pantalón reventado En sus grandes posaderas justo en el medio del culo tenía un agujero de casi un metro, calculo -¡Cielos que voy a hacer! -exclamó preocupado ¡No puedo ir por ahí enseñando el calzón arrugado! A toda prisa marchó y entró en el supermercado unos pantalones buscó para cambiar el estropeado Pero no lo consiguió ¡Se habían agotado! -¡Que desesperación! -exclamó muy angustiado. Un cliente que lo oyó, un cliente costurero, sus servicios le ofreció para sacarlo del enredo -Su pantalón es un desastre pero yo lo arreglaré, soy un muñeco de nieve además del mejor sastre. Así que Papa Noel quedó con las piernas al aire mientras el muñeco de nieve arreglaba aquel desastre. -¡Imposible!- dijo el muñeco. -Esta costura es muy grande sino voy a mi taller mi trabajo se irá al traste. Papa Noel y el muñeco abandonaron el supermercado. Para que no le vieran las piernas iban los dos muy pegados ¡Que extraña figura hacían! Un muñeco y aquel santo, caminando por la nieve ocultándose de cuando en cuando. Quizás alguien los observaba, ellos así lo pensaron. Una sombra los miraba, una sombra muy seria y con un abrigo de lana.

El Ratoncito friolero.

Érase que se era un ratón friolero que llegado el invierno le temblaba hasta el pelo Se vestía su bufanda sus botas y el pantalón y le castañeteaban los dientes grandes de roedor. Totalmente vestido se metía en la cama y aunque el sol saliese él no se levantaba. Solo pensar en la nieve le daba verdadero pavor imaginaba los copos cayendo y le entraba un sofocón -¡Es horrible el invierno! -repetía sin cesar. -¡Quiero que llegue el verano para poderme bañar! Pero el termómetro del cuarto cada vez más bajaba y todo su cuerpecito una y otra vez tiritaba. Mas un día de mañana, el día de Navidad escuchó unos cantos y oyó a mucha gente hablar Después de mucho esfuerzo se consiguió levantar y asomó su cabeza al invierno y solo pudo alucinar. ¡Qué maravilloso espectáculo el ratón pudo observar. ¡La sala estaba decorada preparada para la Navidad! ¡Un árbol y mil regalos! ¡Un gato y un bastón y un muñeco de nieve y otro muñeco glotón!

jueves, 23 de noviembre de 2006

LA BRIZNA DE PAJA, LA BRASA Y LA JUDIA VERDE VAN DE VIAJE


Eranse una brizna de paja, una brasa y una judía verde que se unieron y quisieron
hacer juntas un gran viaje. Habían recorrido de ya muchas tierras cuando llegaron a
un arroyo que no tenía puente y no podían cruzarlo. Al fin, la brizna de paja encontró
la solución: se tendería sobre el arroyo entre las dos orillas y las otras pasarían por encima
de ella, primero la brasa y luego la judía verde. La brasa empezó a cruzar
despacio y a sus anchas; la judía verde la siguió a pasitos cortos. Pero cuando la brasa
llegó a la mitad de la brizna de paja, ésta empezó a arder y se quemó. La brasa cayó al
agua, hizo pssshhh... y se murió. A la brizna de paja, partida en dos trozos, se la llevó
la corriente. La judía verde, que iba algo más atrás, se escurrió también y cayó,
aunque pudo valerse un poco nadando. Al final, sin embargo, tuvo que tragar tanta
agua que reventó y, en aquel estado, fue arrastrada hasta la orilla. Por suerte había allí
sentado un sastre, que descansaba de su peregrinaje. Como tenía a mano aguja e hilo,
la cosió y la dejó de nuevo entera. Desde entonces todas las judías verdes tienen una
hebra.
Según otro relato, la primera que pasó sobre la brizna de paja fue la judía verde,
que llegó sin dificultad al otro lado y observó cómo la brasa se iba acercando a ella
desde la orilla puesta. En mitad del agua quema la brizna de paja, se cayó e hizo
¡psssssssssssshhhh…Al verlo, la judía verde se rió tanto que reventó. El sastre de la
orilla la cosió y la dejó de nuevo entera, pero en ese momento solo tenía hilo negro y
por eso todas las judías verdes tienen una hebra negra.

Hans el tonto

Erase tina vez un rey que vivía muy feliz con su hija, que era su única
descendencia. De pronto, sin embargo, la princesa trajo un niño al mundo y nadie
sabía quién era el padre. El rey estuvo mucho tiempo sin saber qué hacer. Al final
ordenó que la princesa fuera a la iglesia con el niño y le pusiera en la mano un limón,
y aquel al que se lo diera sería el padre del niño y el esposo de la princesa. Así lo hizo;
sin embargo, antes se había dado orden de que no se dejara entrar en la iglesia nada
más que a gente noble. Pero había en la ciudad un muchacho pequeño, encorvado y
jorobado que no era demasiado listo y por eso le llamaban Hans el tonto, y se coló en
la iglesia con los demás sin que nadie le viera, y cuando el niño tuvo que entregar el
limón fue y se lo dio a Hans el tonto. La princesa se quedó espantada, y el rey se puso
tan furioso que hizo que la metieran con el niño y Hans el tonto en un tonel y lo
echaran al mar. El tonel pronto se alejó de allí flotando, y cuando estaban ya solos en
alta mar la princesa se lamentó y dijo:
-Tú eres el culpable de mi desgracia, chico repugnante, jorobado e indiscreto.
¿Para qué te colaste en la iglesia si el niño no era en absoluto de tu incumbencia?
-Oh, sí -dijo el tonto-, me parece a mí que sí que lo era, pues yo deseé una vez que
tuvieras un hijo, y todo lo que yo deseo se cumple.
-Si eso es verdad, desea que nos llegue aquí algo de comer.
-Eso también puedo hacerlo-dijo Hans el tonto, y deseó tina fuente bien llena de
patatas.
A la princesa le hubiera gustado algo mejor, pero como tenía tanta hambre le
ayudó a comerse las patatas.
Citando ya estuvieron hartos dijo Hans el tonto:
-¡Ahora deseo que tengamos un hermoso barco! Y apenas lo había dicho se
encontraron en un magnífico barco en el que había de todo lo que pudieran de sear en
abundancia.
El timonel navegó directamente hacia tierra, y cuando llegaron y todos habían
bajado, dijo Hans el tonto:
-¡Ahora que aparezca allí un palacio!
Y apareció allí un palacio magnífico, y llegaron unos criados con vestidos dorados
e hicieron pasar al palacio a la princesa y al niño, y cuando estaban en medio del salón
dijo Hans el tonto:
-¡Ahora deseo convertirme en un joven e inteligente príncipe!
Y entonces perdió su joroba y se volvió hermoso y recto y amable, y le gustó
mucho a la princesa y se convirtió en su esposo.
Así vivieron felices una temporada. Un día el viejo rey iba con su caballo y se
perdió y llegó al palacio. Se asombró mucho porque jamás lo había visto antes y entró
en él. La princesa reconoció enseguida a su padre, pero él a ella, no, pues, además,
pensaba que se había ahogado en el mar hacía ya mucho tiempo. Ella le sirvió
magníficamente bien y cuando el viejo rey ya se iba a ir le metió en el bolsillo un vaso
de oro sin que él se diera cuenta. Pero una vez que se había marchado ya de allí en su
caballo ella envió tras él a dos jinetes para que le detuvieran y comprobaran si había
robado el vaso de oro, y cuando lo encontraron en su bolsillo se lo llevaron de nuevo
al palacio. Le juró a la princesa que él no lo había robado y que no sabía cómo había
ido a parar a su bolsillo.
-Por eso debe uno guardarse mucho de considerar enseguida culpable a alguien -
dijo ella, y se dio a conocer.
El rey entonces se alegró mucho, y vivieron muy felices juntos; y cuando él se
murió, Hans el tonto se convirtió en rey.

La chusma

Había una vez un gallito que le dijo a la gallinita:

-Las nueces están maduras. Vayamos juntos a la montarla y démonos
un buen festín antes de que la ardilla se las lleve todas.

-Sí -dijo la gallinita-, varaos a darnos ese gusto.

Se fueron los dos juntos y, como el día era claro, se quedaron hasta por la tarde. Yo
no sé muy bien si fue por lo mucho que habían comido o porque se volvieron muy
arrogantes, pero el caso es que no quisieron regresar a casa andando y el gallito tuvo
que construir un pequeño coche con cáscaras de nuez. Cuando estuvo terminado, la
gallinita se montó y le dijo al gallito:

-Anda, ya puedes engancharte al tiro.

-¡No! -dijo el gallito-. ¡Vaya, lo que me faltaba! ¡Prefiero irme a casa andando
antes que dejarme enganchar al tiro! ¡Eso no era lo acordado! Yo lo que quiero es
hacer de cochero y sentarme en el pescante, pero tirar yo... ¡Eso sí que no lo haré!
Mientras así discutían, llegó un pato graznando:

-¡Eh, vosotros, ladrones! ¡Quién os ha mandado venir a mi montaña (le las nueces?
¡lo vais a pagar caro!

Dicho esto, se abalanzó sobre el gallito. Pero el gallito tampoco perdió el tiempo y
arremetió contra el pato y luego le clavó el espolón con tanta fuerza que éste, le
suplicó clemencia y, como castigo, accedió a dejarse enganchar al tiro del coche. El
gallito se sentó en el pescante e hizo de cochero, y partieron al galope.
-¡Pato, corre todo lo que puedas!

Cuando habían recorrido un trecho del camino se encontraron a dos caminantes: un
alfiler y una aguja de coser. Los dos caminantes les echaron el alto y les dijeron que
pronto sería completamente de noche, por lo que ya no podrían dar ni un paso más,
que, además, el camino estaba muy sucio y que si podían montarse un rato; habían
estado a la puerta de la taberna del sastre y tomando cerveza se les había hecho demasiado
tarde. El gallito, como era gente flaca que no ocupaba mucho sitio, les dejó
montar, pero tuvieron que prometerle que no lo pisarían.
A última hora de la tarde llegaron a una posada y, como no querían seguir viajando
de noche y el pato, además, ya no andaba muy bien y se iba cayendo de un lado a
otro, entraron en ella. El posadero al principio puso muchos reparos y dijo que su casa
ya estaba llena, pero probablemente también pensó que aquellos viajeros no eran
gente distinguida. Al fin, sin embargo, cedió cuando le dijeron con buenas palabras
que le darían el huevo que la gallinita había puesto por el camino y también podría
quedarse con el pato, que todos los días ponía uno.
Entonces se hicieron servir a cuerpo de rey y se dieron la buena vida.
Por la mañana temprano, cuando apenas empezaba a clarear y en la casa aún
dormían todos, el gallito despertó a la gallinita, recogió el huevo, lo cascó de un picotazo
y ambos se lo comieron; la cáscara, en cambio, la tiraron al fogón. Después se
dirigieron a la aguja de coser, que todavía estaba durmiendo, la agarraron de la cabeza
y la metieron en el cojín del sillón del posadero; el alfiler, por su parte, lo metieron en
la toalla. Después, sin más ni más, se marcharon volando sobre los campos. El pato,
que había querido dormir al raso y se había quedado en el patio, les oyó salir zumbando, se despabiló y encontró un arroyo y se marchó nadando arroyo abajo
mucho más deprisa que cuando tiraba del coche. Un par de horas después el posadero
se levantó de la cama, se lavó y cuando fue a secarse con la toalla se desgarró la cara
con el alfiler. Luego se dirigió a la cocina y quiso encenderse una pipa, pero cuando
llegó al fogón las cáscaras del huevo le saltaron a los ojos.
-Esta mañana todo acierta a ciarme en la cabeza -dijo, y se sentó enojado en su
sillón-. ¡Ay, ay, ay!
La aguja de coserle había acertado e n un sitio aún peor, y no precisamente en la
cabeza. Entonces se puso muy furioso y sospechó de los huéspedes que habían
llegado tan tarde la noche anterior, pero cuando fue a buscarlos vio que se habían
marchado. Así juró que no volvería a admitiren su casita chusma como aquélla, que
corre mucho, no paga nada y encima lo agradece con malas pasadas.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Blancanieves


Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache. Su nombre era Blancanieves.



A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada madrastra no pudo tolerar más su presencia y ordenó a un cazador que la llevara al bosque y la matara. Como ella era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque.

Blancanieves corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas, tropezando con rocas y troncos de árboles que la lastimaban. Por fin, cuando ya caía la noche, encontró una casita y entró para descansar.

Todo en aquella casa era pequeño, pero más lindo y limpio de lo que se pueda imaginar. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La princesa, cansada, se echó sobre tres de las camitas, y se quedó profundamente dormida.

Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el corazón de las montañas.


-¡Caramba, qué bella niña! -exclamaron sorprendidos-. ¿Y cómo llegó hasta aquí?.

Se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana, Blancanieves sintió miedo al despertarse y ver a los siete enanitos que la rodeaban.

Ellos la interrogaron tan suavemente que ella se tranquilizó y les contó su triste historia.

-Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros -dijeron los enanitos-, puedes quedarte aquí y te cuidaremos siempre.

Blancanieves aceptó contenta. Vivía muy alegre con los enanitos, preparándoles la comida y cuidando de la casita. Todas las mañanas se paraba en la puerta y los despedía con la mano cuando los enanitos salían para su trabajo.

Pero ellos le advirtieron:

-Cuídate. Tu madrastra puede saber que vives aquí y tratará de hacerte daño.

La madrastra, que de veras era una bruja, y consultaba a su espejo mágico para ver si existía alguien más bella que ella, descubrió que Blancanieves vivía en casa de los siete enanitos.

Se puso furiosa y decidió matarla ella misma. Disfrazada de vieja, la malvada reina preparó una manzana con veneno, cruzó las siete montañas y llegó a casa de los enanitos.

Blancanieves, que sentía una gran soledad durante el día, pensó que aquella viejita no podía ser peligrosa. La invitó a entrar y aceptó agradecida la manzana, al parecer deliciosa, que la bruja le ofreció. Pero, con el primer mordisco que dio a la fruta, Blancanieves cayó como muerta.

Aquella noche, cuando los siete enanitos llegaron a la casita, encontraron a Blancanieves en el suelo. No respiraba ni se movía.

Los enanitos lloraron amargamente porque la querían con delirio. Por tres días velaron su cuerpo, que seguía conservando su belleza -cutis blanco como la nieve, mejillas y labios rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache.

-No podemos poner su cuerpo bajo tierra -dijeron los enanitos.

Hicieron un ataúd de cristal, y colocándola allí, la llevaron a la cima de una montaña. Todos los días los enanitos iban a velarla.

Un día el príncipe, que paseaba en su gran caballo blanco, vio a la bella niña en su caja de cristal y pudo escuchar la historia de labios de los enanitos.

Se enamoró de Blancanieves y logró que los enanitos le permitieran llevar el cuerpo al palacio donde prometió adorarla siempre. Pero cuando movió la caja de cristal tropezó y el pedazo de manzana que había comido Blancanieves se desprendió de su garganta. Ella despertó de su largo sueño y se sentó.

Hubo gran regocijo, y los enanitos bailaron alegres mientras Blancanieves aceptaba ir al palacio y casarse con el príncipe.

Los 3 cerditos


En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa.

El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.

El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.

El mayor trabajaba en su casa de ladrillo. - Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua.

El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

FIN

La cenicienta


Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas, una más fea que la otra. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.

Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.

- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.

Así, llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.

- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-.

De pronto se le apareció su Hada Madrina.

- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.

La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.

En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.

Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.

Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.

Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le entraba perfecto.

Y así sucedió que el Rey se casó con la joven y vivieron muy felices.

El gato con botas


Al morir un molinero, dejó por herencia a su hijo tan solo un gato. Pero éste dijo a su amo. -No te parezca que soy poca cosa. Obedéceme y verás.
Venia la carroza del rey por el camino. -Entra en el río -ordenó el Gato con Botas a su amo, y gritó: -¡Socorro. ¡Se ahoga el Marqués de Carabás!
El Rey y su hija mandaron a sus criados que sacaran del río al supuesto Marques de Carabás, y le proporcionaron un traje seco, muy bello y lujoso.
Le invitaron a subir a la real carroza, y adelantándose el Gato por el camino, pidió a los segadores que, cuando el rey preguntara de quien eran aquellas tierras contestaran «del Marqués de Carabás».
Igual dijo a los vendimiadores, y el rey quedó maravillado de lo que poseía su amigo el Marqués.
Siempre adelantándose a la carroza, llegó el gato al castillo de un gigante, y le dijo: -He oído que podréis convertiros en cualquier animal. Pero no lo creo.
¿No? Gritó el gigante. -Pues convéncete. Y en un momento tomó el aspecto de un terrible león. -¿A que no eres capaz de convertirte en un ratón?
¿Cómo que no? Fíjate. -Se transformó en ratón y entonces ¡AUM! el Gato se lo comió de un bocado, y seguidamente salió tranquilo a esperar la carroza.
¡Bienvenidos al castillo de mi amo, el Marqués de Carabás! Pase Su Majestad y la linda princesa a disfrutar del banquete que está preparado.
El hijo del molinero y la princesa se casaron, y fueron muy felices Todo este bienestar lo consiguieron gracias a la astucia del Gato con Botas.

Caperucita Roja


...Una niñita que vivia con su madre cerca de un gran bosque. Al otro lado del bosque vivia su abuelita, que sabia hacer manualidades y un dia le habia realizado una preciosa caperucita roja a su nietita, y esta la usaba tan continuamente, que todos la conocian como Caperucita Roja.

Un dia la madre le dijo:

-Vamos a ver si eres capaz de ir solita a casa de tu abuelita. Llevale estos alimentos y este pote de mantequilla y pregantale como se encuentra, pero ten mucho cuidado durante el camino por el bosque y no te detengas a hablar con nadie.

Asi, Caperucita Roja, llevando su cestito, fue por el bosque a visitar a su abuelita. En el camino la observo el lobo feroz, desde detras de algunos arboles. Tuvo ganas de devorar a la niña, pero no se atrevio, pues escucho muy cerca a los leñadores trabajando en el bosque.

El lobo, con su voz mas amistosa, pregunto:

-¿Donde vas, querida Caperucita? ¿A quien llevas esa canata con alimentos?

-Voy a ver a mi abuelita, que vive en la casa blanca al otro extremo del bosque -respondio Caperucita Roja, sin hacer caso a lo que le habia recomendado su mama y sin saber que es muy peligroso que las niñas hablen con los lobos.

-Tus piernas son muy cortas y no pueden llevarte alli rapidamente; yo me adelantare y le dire a tu abuelita que la vas a visitar -dijo el lobo pensando comerse a las dos.

Caperucita Roja se entretuvo en el camino recogiendo flores silvestres. Mientras tanto el hambriento lobo feroz se dirigio con mucha rapidez a la casa donde vivia la abuelita. Estaba muy impaciente porque no habia comido en tres dias.

Sin embargo, la abuelita se habia ido muy temprano para el pueblo, y el lobo encontro la casa vacia.

Poniendose el gorro de dormir de la anciana, se metio en la cama y espero a Caperucita Roja. Cuando la niña entro en la casa, se asusto porque encontro a su abuelita en cama y le parecio muy extraña.

-Oh! Abuelita! -exclamo Caperucita Roja-, que orejas mas grandes que tienes!

-Son para escucharte mejor -dijo el lobo.

-Abuelita, que ojos mas grandes tienes!

-Son para verte mejor, querida nieta.

-Abuelita, que dientes mas grandes que tienes!

-Son para comerte mejor -grito el lobo saltando de la cama.

Un leñador que se encontraba cerca escucho a Caperucita Roja que pedia socorro por la ventana. Tomando su hacha corrio hacia la casa para salvarla.

Antes que el lobo pudiera hacer daño a Caperucita Roja, el leñador le dio muerte de un tremendo hachazo. Luego lo arrastro hasta el bosque Y en ese momento la abuelita regresaba a su hogar, lo que hizo tranquilizar a Caperucita y pasar un rato de alegria junto a ella.