miércoles, 14 de marzo de 2012

LA ALONDRA CANTARINA Y SALTARINA III

Una vez llegó él y dijo:
-Mañana hay una fiesta en casa de tu padre porque se casa tu hermana la mayor; si
te apetece ir te llevarán mis leones.
Ella dijo que sí, que le gustaría volver a ver a su padre, y se fue allí y los leones la
acompañaron.
Cuando llegó hubo una gran alegría, pues todos creían que había muerto hacía ya
mucho tiempo despedazada por el león.
Ella, sin embargo, les contó lo bien que le iba y se quedó con ellos mientras duró la
boda; luego regresó de nuevo al bosque.
Cuando la segunda hija se casó y a ella la invitaron de nuevo a la boda le dijo al
león:
-Esta vez no quiero estar sola; tienes que venirte conmigo.
El león, sin embargo, no quiso y le dijo que eso era demasiado peligroso para él,
pues si le daba allí el rayo de alguna luz se transformaría en una paloma y tendría que
volar durante siete años con las palomas. Pero ella no le dejó en paz y le dijo que ya
cuidaría de él y le protegería de cualquier luz.
Así que se fueron los dos juntos y se llevaron también a su pequeño hijo. Ella, sin
embargo, hizo que levantaran allí, alrededor de un salón, un muro tan fuerte y tan
grueso que no penetrara ningún rayo, y allí tendría que quedarse él cuando
encendieran las luces de la boda. Pero la puerta estaba hecha de madera fresca y saltó
y se abrió en ella una pequeña grieta de la que nadie se dio cuenta.
Entonces se celebró la boda con gran boato, pero cuando la comitiva salió de la
iglesia y pasó con muchísimas antorchas y velas al lado del salón un rayo muy, muy
fino cayó sobre el príncipe, y en el mismo momento en que le rozó se transformó, y
cuando ella entró a buscarle no le vio; allí lo único que había era una paloma que le
dijo:
-Siete años tengo que volar ahora por el inundo, pero cada siete pasos dejaré caer
una roja gota de sangre y una pluma blanca que te señalarán el camino, y si me sigues
podrás salvarme.
La paloma entonces salió volando por la puerta y ella la siguió, y cada siete pasos
caía una gotita de sangre roja y una plumita blanca y le señalaban el camino. Así,
anduvo por el ancho mundo sin parar y sin mirar atrás y sin descansar, y ya casi
habían pasado los siete años; entonces se alegró mucho y pensó que ya estaban
salvados, pero aún le faltaba mucho para eso.
Una vez, según iba andando, ya no cayó ninguna plumita ni ninguna gotita roja de
sangre, y cuando abrió bien los ojos la paloma había desaparecido. Y como pensó que
ahí los hombres no podían ayudarla, se subió al sol y le dijo:
-Tú brillas sobre todas las cumbres y todas las quebradas, ¿no has visto volar una
blanca palomita?
-No -le contestó el sol-, no he visto ninguna, pero te regalo una cajita; ábrela
cuando estés en un gran apuro.

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